Dr. Rubén Jorge Rodríguez
Todos aquellos que hemos decidido seguir a Jesús como discípulos, debemos tener claro en primer lugar a la Persona y la Obra de nuestro Señor Jesucristo. Ya que si no hay claridad en esto, corremos el riesgo de cometer graves errores y deslizarnos de la Fe dada por el Señor y a través de sus apóstoles y contenida en la Biblia.
Cuando hacemos un serio estudio de las distintas corrientes doctrinales a través de la historia de la iglesia, observamos que en su gran mayoría apuntan a la persona y obra de nuestro Señor Jesucristo. Por este motivo desde los primeros siglos del cristianismo los “padres de la iglesia” han tenido que fijar posturas claras sobre temas específicos, generando esto, en unos “el volver a la fuente” y en otros afirmarse en sus propios razonamientos dando origen a las corrientes heréticas o continuando con ellas.
Si tenemos en claro el plan redentor del Padre a través de la persona de su Hijo Jesucristo, entenderemos también claramente que si el Hijo de Dios no hubiese entregado su vida en sacrificio vivo por la paga de nuestros pecados, no hubiésemos sido reconciliados con el Padre.
Cuando entendemos claramente en qué consiste el nuevo Pacto, entenderemos también que es un pacto de parte de Dios hacia la humanidad. Quizás alguno entonces me dirá, que no es un pacto, porque para serlo se necesitan las dos partes. Al respecto debemos decir que Dios establece la posibilidad de un pacto para con todos los seres humanos, debiendo nosotros ir a Él con profundo arrepentimiento de nuestros pecados pasados y presentes, reconociendo a Jesucristo como nuestro Señor y Salvador, para que se concrete el pacto de Dios en lo personal.
Debe ser entendida la obra salvífica mediante la Cruz de Cristo (despojados de todo tipo de sentimentalismos o situaciones particulares), para así todos concluir en que, para Dios formar un Pueblo Propio, cada uno de los que se dispongan a ser parte de ese Pueblo como discípulos de Jesucristo deben arrepentirse de sus pecados y rendir sus vidas a Él, produciéndose así el Nuevo Nacimiento.
El arrepentimiento incluye un profundo pesar y dolor por haber pecado, por haber ofendido a Dios y al semejante. Por lo tanto no basta solamente con tener convicción de pecado, sino que la persona debe arrepentirse. La Obra del Espíritu Santo es lo que conduce al arrepentimiento y esta Obra consiste en llevar en ese acto a la persona a tomar la firme decisión de dar un giro en la vida. Y este giro es a ciento ochenta grados, mientras clama a Dios que le perdone. Luego se bautiza y a esto precede el creer y el arrepentirse. Un claro cambio de actitud y rumbo de la vida, desandando los errores cometidos y llevando incluso a la restitución.
Cuando algunos afirman que debiera bautizarse a una persona, sin haber abandonado pecados preexistentes y evidentes, consciente o inconscientemente están diciendo que se puede ser salvo sin arrepentirse de los pecados, atentando contra el objetivo de la muerte de Cristo en la cruz del calvario, convirtiéndose -si se aplicara- en una clara herejía post-moderna. El hecho de incluir en el seno de la iglesia a personas con prácticas pecaminosas de cualquier índole, hace responsables y partícipes a los pastores que lo hagan del pecado ajeno. Esto aunque para muchos no es así, es un atentado contra la santidad de la iglesia.
Si se convalidase el pecado preexistente, se debería uno plantear ¿Para qué murió Cristo? ¿Fue en vano la Cruz de Cristo?. Si no consideramos pecado aquello por lo que Cristo murió por nosotros, ¿No se estará con estos razonamientos invalidando la obra salvífica de Jesucristo?, ya que justamente para pagar por nuestros pecados El Hijo se hizo hombre y murió en la Cruz.
Cuando alguien decide seguir a Jesús, (si realmente hay una obra del Espíritu Santo en esa persona), se dispone a ordenar su vida en todos los aspectos. Si bautizamos entonces a alguien que práctica pecados concretos y no le advertimos “su sangre caerá sobre nuestra cabeza”.
Se suele esgrimir un concepto que a simple vista parece espiritual y no lo es. El concepto es este: Que no somos nosotros quienes tenemos que advertirles de su pecado y ayudarles a cambiar, que esto lo debe hacer el Espíritu Santo. Si bien el Espíritu Santo es quien convence de pecado, justicia y juicio, nos toca a nosotros darles todo el consejo de Dios y ayudarles para que den los pasos necesarios para vivir en santidad. Tanto, Pablo, Pedro, Juan, Santiago y Judas, es lo que hacían. Aun más nos toca “corregir lo deficiente”, por lo cual no podemos mirar para el costado, sino con amor de padres guiarles a toda verdad. Justamente cuando alguien se arrepiente genuinamente, esto se evidencia por el abandono del o los pecados por los cuales clama el perdón.
Hagámonos las siguientes preguntas: Si un padre de familia sostiene a su familia, mediante el fraude, y decide convertirse en un discípulo de Jesús y bautizarse, ¿Qué le decimos?. “Ya que hace veinte años que vienes proveyendo a los tuyos mediante las estafas, y ya que ahora cambiar de rumbo y restituir lo que obtuviste de forma ilícita te causaría problemas, sigue así” ¿O le diríamos que abandone esas prácticas, que se arrepienta y restituya lo robado confesándolo como pecado y luego le bautizamos?.
Si alguien quiere ser un discípulo de Cristo y se alimenta con pornografía por más de diez años, que le decimos?¿ Que siga así o que cambie de actitud, y que con profundo arrepentimiento clame que Dios le perdone?.
Si una mujer casada mientras convive con su esposo o aún si se hubiese separado de él mantiene relaciones o se vuelve a “casar” formado” otra familia” y después de quince años quiere ser discípulo de Jesús y bautizarse ¿No se aplica lo mismo que en los casos anteriores? ¿Acaso no ha violado el pacto matrimonial y adulterado? ¿O, porque ocasionaría problemas, dolores y dificultades tenemos que convalidar lo que Dios no aprueba?
Lo cierto es que si se convalida la práctica pecaminosa por “antigüedad en el pecado” o “preexistencia pecaminosa”, estamos dándole la victoria a satanás, porque no tenemos derecho a llamar blanco a lo negro. Siendo co-responsables de la condenación prevista por Dios en las Escrituras para quien practica el pecado.
¿O acaso una persona que cometió delitos por cinco, diez, o veinte años o más, por su antiguedad en el delito debe ser considerada esa práctica solamente como que “no es lo ideal” y no como un delito agravado por la repetición en el tiempo?
Debemos tener en cuenta que todo ser humano al haber sido creado a imagen y semejanza de Dios, en el fondo de su ser interior es consciente de lo “bueno y lo malo”, aunque lamentablemente se trata de dar vueltas de página en las vidas, poniendo las cosas debajo de la alfombra. Ocurre que muchas de esas personas teniendo conciencia de pecado en sus corazones, recurren a pastores, sacerdotes, iglesias, para que se les convalide, justamente aquello de lo que Dios a través de sus conciencias les reprende.
Cuando la Biblia habla de “Gracia”, habla del perdón inmerecido, para llevar a las personas que se arrepienten de sus pecados a la “Vida eterna” y también de los regalos inmerecidos dados por Dios a quienes son “Nacidos de Nuevo”. Quienes llaman Gracia a ciertas concesiones humanas o permisividad, lo que anuncian es una “Desgracia” o sea Sin Gracia, salidos de la Gracia.
Si se pretende tener comunión con estos temas sin resolver, observaremos que esta comunión más allá del afecto que tengamos los unos por los otros, siempre tendrá un límite, porque sabemos por lo que nos dice la Palabra de Dios que el pecado produce separación.
El Señor se ha propuesto levantar una iglesia que camine y crezca en santidad y unidad. Y la única manera de definir la santidad y la genuina unidad es yendo al “manual del fabricante”, la Biblia, haciéndose realidad lo que ella expresa UN SEÑOR, UNA FE y UN BAUTISMO.