Dr. Rubén Jorge Rodríguez
NUESTRA
CULTURA CONFRONTADA
Al hacer un sencillo análisis de nuestra
sociedad, vemos algunas constantes en las relaciones interpersonales que nos
alarman. Observamos conflictos de relación que ponen de manifiesto que dentro
de un mismo núcleo familiar, ciudad o pueblo, aunque se hable con los mismos
términos se asignan valores distintos a las cosas, creando confrontaciones de
difícil solución. Lo llamativo es que no son nacidas de malas intenciones. Son
el fruto de la “Cultura que arrastramos” llena de confusión y fracaso. (No nos
referimos a las buenas costumbres y culturas de los pueblos, las que debemos
valorar y respetar).
“NUESTRAS CULTURAS”
Hablando en términos prácticos podemos decir
que “¡Es lo único que traemos... y es lo único que podemos dar…Porque nadie
puede dar lo que no tiene!”.
La recibimos de nuestro entorno durante
nuestra crianza y formación. Porque justamente es allí donde fuimos forjados,
donde principalmente se determinaron los valores que otorgamos a las cosas y
aunque aborrecemos mucho de ella, con el correr del tiempo se repiten en
nosotros valores, actitudes, reacciones, que normalmente no advertimos pero
aquellos con quienes convivimos, que conocen nuestro entorno de formación, lo
advierten y al señalarlos generan una reacción en nosotros, por reencontrarnos
con lo que aborrecíamos en otros.
Al casarnos se fusionan dos culturas o
predomina una de ellas (generalmente la de la mujer). Tanto los esposos como
las esposas llevamos incorporado aquello que nos pertenece o adoptamos y que a
veces genera incomodidad del uno para con el otro; roces, quejas, discusiones,
golpes, llegando en muchos casos a
serias crisis y en otros a la ruptura del pacto del matrimonio.
Al pensar en esto surge una pregunta, ¿Por
qué surgen problemas?, ¿Por qué las cosas no funcionan?. ¿Qué es lo que anda
mal? Ya que hemos puesto nuestra mejor voluntad para que las cosas funcionen
bien. ¡Si hacemos lo mejor que sabemos!, ¡Si damos lo mejor que tenemos!.¡Si
somos sinceros el uno para con el otro!. ¡Si le dimos o damos lo mejor a
nuestros hijos!. Sin duda esto es muy bueno, pero algo no anda bien y es porque
razonamos con los valores y parámetros que conocemos, que nos son familiares,
que en muchos casos nada tienen que ver con la “Cultura del Reino de Dios” o
hay un sincretismo, y esto es debido a que nuestra estructura de pensamientos
ha sido condicionada.
Cuando nos entregamos a Jesucristo con
profundo arrepentimiento de los pecados que hemos cometido se produjo un cambio
en nuestra vida, desde ese momento hacia delante nos alejamos de nuestros
“viejos pecados” y evitamos incurrir en nuevos. Al ir corrigiendo lo que
entendimos que estaba mal, creímos que desde ese momento, tanto nosotros como
nuestra familia poseíamos la “Cultura ideal”. Sin embargo no pudimos alejarnos
de “Nuestra Cultura Familiar” y de “Nuestra Cultura Social”. Por eso tenemos la
sensación de sentimos atrapados en algo
que parecía haber sido derrotado; una inclinación o tendencia que pretende
moldearnos y condicionarnos.
Sin duda hay cambios que otros observan en
quienes seguimos a Jesucristo. Entonces damos por hecho que si bien tenemos que
seguir creciendo y cambiando para agradar al Señor -porque somos conscientes
que hay cosas para mejorar- también puede ocurrir que consideremos en nuestro
fuero íntimo que estamos bastante bien, porque abandonamos pecados y cambiamos en
aquellas cosas que eran evidentes en nosotros que le desagradaban. Pero no comprendemos que aún no hemos cambiado
muchos de los valores adquiridos, porque simplemente no pensamos que están mal
debido a que los consideramos como
“normales”, ya que los hemos visto en nuestros padres, abuelos, tíos, amigos,
con los cuales compartíamos los mismos criterios.
UNA CULTURA “CRISTIANIZADA”
Debemos reconocer que nos criamos en una
cultura sin Cristo y al convertirnos a El, muchas cosas cambiaron, pero estos
valores muchas veces permanecen intactos
o levemente modificados. Lo que hemos hecho fue simplemente intentar
“cristianizar” nuestra “Cultura Familiar y Social” y con este sincretismo de
valores seguimos viviendo, relacionándonos y criando a nuestros hijos; con los
valores de “Nuestra Cultura” o de esta adaptada con “injertos de valores
cristianos”, pero sin los valores
plenos de la “Cultura del Reino de Dios”.
Cuando observamos a nuestros hijos, la
tristeza nos invade, y nos preguntamos: ¿Por qué son así si ellos ven que
nosotros ahora somos personas distintas? Nos quejamos de ellos pero no
advertimos que ellos son, ni más ni menos que el reflejo de lo que nosotros éramos
antes y les transmitimos.
Criamos a nuestros hijos, intentamos servir
a Dios y pretendemos impactar la sociedad con “Nuestra Cultura” emparchada de
“cristianismo”. Tratamos de reciclar o
restaurar lo que hemos aprendido, vivido, o experimentado, ahora “desinfectado
del pecado”, utilizando nuestros criterios y el valor que hemos otorgado a cada
cosa en particular basado “Nuestra Cultura Familiar y Social”.
Lo que acabamos de expresar abarca muchos
aspectos de la vida: Morales, intelectuales, éticos, de educación, y lo más
triste aún, santidad, pureza, servicio y temor a Dios, evidenciándose muy
claramente en nuestro desempeño como trabajadores, en la vestimenta que usamos,
en el tipo de vivienda que aspiramos tener dentro de nuestras posibilidades económicas,
en la importancia que le damos a capacitarnos para el futuro. En los criterios
que utilizamos para la elección de amistades, en la comunión con otros
cristianos, en el servicio a nuestro prójimo. En el lugar que ocupan las
diversiones y cuáles consideramos buenas. Qué concepto tenemos del noviazgo,
del matrimonio, y de la familia. Cuáles son los temas de nuestras
conversaciones. Qué lugar damos a las fiestas y qué trascendencia a los
cumpleaños. Qué concepto tenemos de esforzarnos en la vida o del descanso. Del
“Disfrutar la vida”, etc.
¿NUEVOS O EMPARCHADOS?
Sin duda hacemos lo que aprendimos durante
el largo “curso teórico-práctico” con que nos formamos, porque es lo que
sabemos, pero ahora “emparchado de religión”. Pero Jesús NO vino a emparcharnos
ni a reciclarnos. JESÚS VINO A HACERNOS DE NUEVO, “NUEVOS HOMBRES Y MUJERES”.
Hombres y mujeres que ya no vivan según los rudimentos de la carne, sino que
vivan “LA CULTURA DEL
REINO DE DIOS”.
No hay comunión entre la luz y las
tinieblas, porque la “amistad con el mundo es enemistad con Dios”. ¡NO SE
PUEDEN VIVIR DOS CULTURAS A LA VEZ!,
porque en todo o en algo siempre son opuestas entre si. Pueden convivir la
“Mundanalidad” y la “Cultura Religiosa”. Pero no pueden convivir la
“Mundanalidad” y la “Cultura del Reino de Dios”, ni la “Cultura Religiosa” con
la “Cultura del Reino de Dios”.
Para que el Espíritu Santo revele esto en
nuestras vidas se requiere la
ACTITUD de desechar “Nuestra Cultura” (con o sin emparchar),
tomar la DECISION
de rendirnos al Señor y adoptar Su Cultura revelada en su Palabra por el
Espíritu Santo, y tener el OBJETIVO de reflejar a Cristo.
Pablo dice en Romanos 6:6: “sabiendo esto,
que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él (Cristo), para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que
no sirvamos más al pecado”. Y en Efesios 4:22-24 dice: “En cuanto a la pasada
manera de vivir despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los
deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del
nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad”.
Podemos entender que nuestra “pasada manera
de vivir”, es el fruto de “Nuestra
Cultura” y el “despójense del viejo hombre” es desecharla, porque está viciada
y ha tomando la forma de los deseos que nos engañaron. También afirma que nos
renovemos en el espíritu de nuestra mente y que nos vistamos del “Nuevo
Hombre”, o sea de las características de la nueva naturaleza que nos dio
Cristo, que es la adopción de la “Cultura del Reino de Dios”, que refleja su
criterio y no el nuestro, desechando la anterior.
¿QUÉ HACER?
La única manera de poder renovarnos
constantemente es despojarnos y desechar
“Nuestra Cultura” y vestirnos de la “Cultura del Reino de Dios”. Colosenses 3:
9(b)-10 “…habiéndonos despojado del
viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la
imagen del que lo creo se va renovando hasta el conocimiento pleno”.
Podemos considerar el siguiente ejemplo: “A
un hombre que viste una vieja campera le obsequian una nueva y decide vestirla,
tiene tres alternativas: La primera es vestirla encima de la vieja, la segunda
es sacarse la campera vieja, vestir la nueva y guardar la vieja por las dudas y
la tercera es sacarse la vieja, desecharla y vestir la nueva.
Así es con las culturas, hay tres
posibilidades: La primera es tratar de vestir la “Cultura del Reino de Dios”
encima de las tradiciones y pecaminosidad que contiene “Nuestra Cultura”. La
segunda es sacarse la “Vieja Cultura” y vestir la “Cultura del Reino de Dios”,
sin desechar la vieja guardándola para echar mano de ella si lo considera
necesario. Y la tercera es sacar y desechar “Nuestra Cultura” y vestirse con la
“Cultura del Reino de Dios”. Esta última es la que Dios espera de
nosotros.
No consiste solamente en hacer o no hacer cosas, o en adoptar culturas
eclesiásticas, religiosas o de otras personas. Consiste en preguntarnos cada
día ¿Te agrado Señor?. En Amar a Dios, renunciar a “Nuestra Cultura”, rendirnos
al Señor, amarle y temerle profundamente. Es necesario clamar a Dios para que
nos revele su Reino. Mateo 7:21 nos dice “No todo el que me dice: Señor, Señor,
entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que
está en los cielos”.