¿Es el Señor de mi amor, fervor y devoción?

Todo ser humano tiene un objeto de sus amores, persona o cosa. A este algo o alguien dedica todos sus desvelos, sus pensamientos, sus anhelos, sus esfuerzos, sus objetivos. Puede ser una carrera, una título universitario, ganar dinero, un ser querido, una pelota de fútbol, un instrumento musical, una moto, etc. Puede ser algo bello, sublime, como también feo y pecaminoso. Pero en algo tiene que volcar su amor.

Para el cristiano no puede haber algo más digno de ser amado, nada más hermoso que nuestro Señor, Lirio de los Valles, nuestro Salvador, libertador, médico, nuestro consolador, amigo, hermano mayor, nuestro Rey, capitán, pastor, abogado, pontífice. Nuestro escudo, defensor, castillo. Ese es nuestro amado Señor. El es, en fin, nuestro TODO. (Hechos 17:28 a).

¿POR QUÉ ES JESÚS DIGNO Y MERECE NUESTRO AMOR Y FERVOR?
Él es digno por LO QUE ES (como acabamos de ver), pero también por lo que HACE.
Veamos algunas cosas que Él hizo y hace y hará por nosotros:

• Dio su vida. (Juan 10:11; 15:13).

• Pagó un precio muy caro. (1º Pedro 1:18-19; Isaías 53:5).

• Nos ama con amor eterno. (Jeremías 31:3; 1º Juan 4:19, y muchos versículos más).

• Nos perdona. (Isaías 55:7):

• Nos guía. (Juan 14:26).

• Nos cuida, nos protege. (1º Pedro 5:7; Romanos 8:31).

• Nos consuela y alegra. (2º Corintios 1:4).

• Provee a nuestras necesidades. (Filipenses 4:19).

• Nos da la victoria. (1º Corintios 15:57).

• Nos lleva al cielo. (Juan 14:2-3).

Cada una de estas cosas por sí solas, hacen al Señor merecedor de toda nuestra devoción. Cuanto más la suma de ellas nos presenta una prueba abrumadora de lo que el Señor hace por nosotros y cuán digno es de que le amemos. Y aún podemos agregar a esta lista que es corta e incompleta y que podríamos prolongar infinitamente. (Juan 21:25). Sólo podemos resumir esta verdad diciendo que TODO lo que somos y tenemos se lo debemos a Él, como bien lo expresa esa canción “Sin Dios nada somos en el mundo”. No hay mejor receta contra el pesimismo, la tristeza, el desaliento y la depresión, que sentarnos con papel y lápiz a enumerar las bendiciones que recibimos del Señor y detenernos a dale gracias una por una.

LA RESPUESTA DEL MUNDO LLAMADO “CRISTIANO” AL AMOR DEL SEÑOR
¿Si tanto nos dio el Señor por qué a menudo recibe de sus seguidores lo que sigue?

• Quejas, rezongos, murmuraciones, resentimientos, dudas de su integridad.

• Cosas perecederas de esta Tierra son los destinatarios de desvelo, amor, fervor y devoción. El Señor y sus “negocios eternos” reciben desgano, apatía, indiferencia, o un servicio “a medias” y de baja calidad.

• Las dificultades y problemas les espantan en seguida y caen en la desesperación, dudas y ansiedad y hacen al Señor y su Iglesia las primeras víctimas de su malestar.

• Los primeros en sufrir su “bajón”, son la oración, la meditación de la Palabra, la comunión con los hermanos, la asistencia a los cultos, el servicio a los hermanos.

• La adoración es forzada, mecánica o desganada, tienen vergüenza de expresarse ante Dios y la manifestación de amor que prodigan a nuestro Señor es pobre, pálida y apagada. Muchas veces un vociferante cantor de moda o (como ya dijimos) una pelota de fútbol reciben más aclamaciones, aplausos y frenéticas su admiración que su Rey y Señor.

LA RESPUESTA QUE EL SEÑOR ESPERA DE SU PUEBLO

El Señor quiere un pueblo, una Iglesia, una esposa que lo ame fervorosamente. Sólo nuestro Dios es digno de un amor así.
Veamos su voluntad al respecto:
• Debemos amarlo con TODO. (Deuteronomio 6:5; Mateo 22:37; Lucas 10:27).

• Le da náuseas y asco un amor y servicio “a medias”. (Apocalipsis 3:15-16).

• Nos manda ser fervientes. (Romanos 12:1).

• Es celoso de nuestro amor. (Santiago 4:5).

• Aborrece el “adulterio espiritual”. (Santiago 4:4; 1º Juan 2:15).

• Se complace en tener comunión con su esposa, la Iglesia. (Cantares 2:14).

• Pide un amor capaz del sacrificio y aún de la muerte, (1º Corintios 4:11-13; 1º Pedro 3:13; 14 a; Filipenses 1:29; Apocalipsis 2:10).

EL PRECIO QUE EL SEÑOR PAGÓ POR SU IGLESIA

• Fuimos comprados íntegros y no solo una parte. (1º Tesalonicenses 5:23).
Todos los bienes, joyas, palacios de los reyes y magnates de esta tierra, ni todas las riquezas juntas del mundo se pueden comparar al valor de la vida y la sangre del Hijo de Dios. Y ese es el precio que pagó para comprarnos a nosotros, que somos un puntito en la inmensidad del Universo. (1º Pedro 1:18-19; 1º Corintios 6:20, 7:23; Efesios 6:25).

• Nuestra lealtad, pues, no puede estar dividida.
No podemos cederle al Señor una parte nuestra y reservarnos el resto para nuestro uso personal o del diablo. Nuestro compromiso con el Señor y su Iglesia es lo más importante de nuestra vida. (Mateo 6:24). Caben aquí las frases de dos famosos, un poeta inglés y un héroe argentino:
o “Ser o no ser, esa es la cuestión” – Shakespeare-
o “Serás lo que debas ser, o no serás nada” – San Martín-

Quiera Dios que nos enamoremos perdidamente de Él. Y si no es así, preguntémonos ¿Por qué?. ¿Qué es lo que lo impide?. ¿Quién o qué ocupa ese lugar?. ¿Dónde está la falla?.