1º Timoteo 6: 1-2.
Colosenses 3:22-25, 4:1.
Santiago 5:1-6 (especialmente 4).
INTRODUCCIÓN:
Todo discípulo de Cristo debe trabajar. Dios lo manda. No hay ningún pasaje bíblico que diga que Dios bendice o respalda a los vagos, a los haraganes o a los aprovechadores o a los que esperan “un golpe de suerte” o “un milagro de Dios sin pensar en esforzarse trabajando” (1º Tesalonicenses 5:14; 2º Tesalonicenses 3:10-12).
DEBERES DE LOS QUE EJERCEN AUTORIDAD O TIENEN MANDO.
Cuando un creyente tiene subordinados, es decir, gente bajo su mando porque es patrón, gerente, jefe, capataz, presidente, director, rector, profesor, maestro, general, mayor, comisario, etc. sus deberes como hijo de Dios son los siguientes:
• Debe ser justo en todo. (Efesios 6:9, Colosenses 4:1).
Esto tiene dos aspectos:
Primero: En lo que demanda.
Segundo: En lo que paga, brinda, etc.
• No es cosa nada fácil mantener un equilibrio exacto entre estas dos cosas, pero el discípulo de Cristo, por medio del Espíritu Santo que mora en él, debe encontrar ese sutil punto de equidad.
• Por un lado, debe demandar y exigir todo lo que esté dentro del límite de lo razonable y lógico. Ni más, ni menos. No debe exigir más allá de las posibilidades y capacidades de su subordinado. Pero tampoco exigirle menos permitiéndole ser indolente, negligente e irresponsable. Ambos extremos son perniciosos.
• Sobre lo segundo, o sea lo que paga, brinda, etc, nos extenderemos más adelante. Sólo diremos que la retribución debe ser justa, conforme a la ley y de acuerdo al rendimiento, la calidad y responsabilidad del trabajo y confianza que se pueda depositar en él. (Colosenses 3:25).
• Debe ser comprensivo.
• Nunca debe olvidar que su subordinado es un ser humano como él, con sus luchas, sus defectos, sus confusiones, sus desventajas, sus limitaciones, etc. También que Dios lo ama tanto como a él mismo. Muchos de sus errores, rebeldías, etc. pueden provenir de un mal hogar, mala formación, malas influencias, etc. y hay que ayudarlo a superar esto por la gracia de Dios.
• No hay nada más lamentable que un amo vociferante, de malos modos, injusto, incomprensivo y amenazante. (Efesios 6:9; Santiago 5:4).
• La razón que el Señor nos da al exigir todo esto de un patrón, es que deben recordar que ellos mismo están bajo el “Gran Amo”. (Colosenses 4:1; Efesios 6:9).
DEBERES DE LOS QUE ESTAN BAJO AUTORIDAD:
Cuando un discípulo de Cristo está subordinado a un superior porque es empleado, subalterno, soldado, alumno, etc. el Señor le indica claramente como debe comportarse:
• Debe obedecer a su autoridad. (Efesios 6:5, Colosenses 3:22 a; Tito 2:9).
Dios no deja entrever nada en absoluto que debemos obedecer sólo a los superiores buenos, justos, amables, etc. Nuestro deber es obedecerlos, sean buenos o malos, justos o injustos, tranquilos o cascarrabias, simpáticos u odiosos.
• Debe respetar a su autoridad. (Efesios 6:5 “temor y temblor”; 1º Timoteo 6:1 “dignos de todo honor”; Tito 2:9 “no sean respondones”).
Por más que el contacto diario nos permita entrar en confianza, nunca debe abusar de ella, sino por el contrario guardar siempre una distancia respetuosa.
• Servirlos con sencillez, sinceridad y honestidad. (Efesios 6:6-8; Colosenses 3:22-24).
• El discípulo de Cristo.
- En primer lugar, está sirviendo a Cristo.
- En segundo lugar, a su superior.
Por eso:
- Debe trabajar bien, cuando el patrón lo mira y cuando no lo mira, porque el otro AMO lo mira siempre.
• Mostrar siempre buena voluntad. (Colosenses 3:23; Efesios 6:6-7).
No hacer las cosas a regañadientes, rezongando, mirando siempre el reloj, a desgano y sin hacer un milímetro más de lo estipulado.
Es muy saludable tratar de hacer “la segunda milla”:
Leer Mateo 5:11
La segunda milla es AMOR
• Cuando el que tiene la autoridad es cristiano, servirlo aún mejor. (1º Timoteo 6:2).
• Lamentablemente, muchos piensan que si el “jefe” es hermano en Cristo, esto le otorga derecho a descuidarse y servirlo con mediocridad. Es un grave error y la Biblia enseña claramente lo contrario (ver 1º Timoteo 6:2).
• Si amamos a nuestros hermanos como a nosotros mismos, como Cristo ama a su pueblo y como el Padre ama al hijo, le vamos a servir mejor que si fuera incrédulo.
• Cuando se suscita una cuestión entre patrón y empleado es aconsejable proceder así:
• Como primer recurso tiene la oración. Orar a Aquel que controla todas las situaciones porque está sentado en el trono.
• Segundo, intentar conversar serenamente ambos con ánimo de comprender, arreglar y buscar soluciones. A veces, en aras de la paz y la armonía, es necesario humillarse y hacer algunas concesiones, siempre que estén dentro de los límites de la honestidad.
• Si el conflicto o diferencia se diese entre dos que profesan a Jesucristo como su Señor, llevar el tema a mayores en la fe para que traten el tema, pero dispuestos a poner en práctica las soluciones propuestas.
• Como último recurso, si es necesario, recurrir a los medios legales, poniendo también esto bajo el control y el cuidado del Señor.
Reflexión final:
Invertimos en el trabajo una tercera parte del tiempo de cada día. Más o menos unas cuarenta y ocho horas semanales.
¿Qué pasará cuando Jesús sea verdaderamente SEÑOR de esas cuarenta y ocho horas de cada uno de sus hijos?