Dr. Rubén Jorge Rodríguez
Hay un aspecto que es fundamental en nuestra tarea de discipuladores para dar el consejo de Dios, y es ser padres espirituales. A mediados de la década del 80 pastoreaba una congregación y tenía un concepto claro acerca de ser un hermano mayor, pero a pesar de ser pastor pensaba que era presuntuoso pensar en sentirme padre espiritual de aquellos por quienes tendría que dar cuenta delante de Dios. Con el correr de los años, fui comprendiendo que la tarea de los pastores, si se quiere hacer de acuerdo al corazón de Dios, no es más ni menos que ser padres y los discípulos ser hijos. El mismo apóstol Pablo declara este concepto, respecto a aquellos hijos espirituales que aprendían de él no solo lo que les enseñaba sino a través de sus hechos, reacciones, actitudes, metas, etc , a vivir de acuerdo al corazón de nuestro padre Dios y a relacionarse personalmente con el Señor.
No es lo mismo que seamos padres, a que ser padrastros o hermanos, aunque seamos los mayores. Es claro que en cualquier familia sobre la tierra la ante la ausencia del padre hace que todo se vea afectado. Sólo si se es padre se puede corregir a un hijo mientras se le ama. Se le puede le reprender y ser recibida la reprensión. Se le puede tener la paciencia necesaria mientras se ve su crecimiento, se lo puede levantar cuando se cae. Se le puede enseñar simplemente con lo que ve en nosotros todos los días. Se le puede enseñar todo lo que sabemos. Solo si se es padre se puede amar como un padre a un hijo. Solo si somos padres podemos sufrir por nuestros hijos, pero con esperanza. Si no somos padres podemos ser implacables, impacientes y aunque no lo parezca desamorados.
Sin el principio de paternidad espiritual, naturalmente reconocida, y la guía y dependencia del Espíritu Santo, es muy difícil hacer la obra de Dios. Hay padres que engendraron a sus hijos, y otros lo son “del corazón”. Algunos los llevaron a Cristo y otros en algún momento los adoptaron. Si “el discipulado es enseñar a vivir, de acuerdo al corazón y propósito de Dios”, también es cierto que sólo se puede formar de esta manera a quien reconoce autoridad de padre en quién le discipula, y a su vez quien lo discipula lo considera su hijo, con todo lo que ello implica.
Para que un padre pueda dar de sí todo, debe haber un hijo que le reconozca como su padre, y le ame.
Para que un hijo pueda dar el amor, respeto, sujeción y obediencia, debe haber un padre que sea su padre y que esté dispuesto a darse por su hijo.
Para que un padre pueda recibir de su hijo amor, respeto, sujeción obediencia. Simplemente debe ser su padre.
Para que un hijo pueda recibir de su padre cobertura, amor paternal, formación y ejemplo simplemente debe ser su hijo.
Es darse para recibir.
A esto debemos agregar que un padre que oye al Espíritu Santo, y depende de él, puede formar discípulos con el carácter de Cristo y dependientes de Dios. Siendo esto una “hermosa liviana carga” y podremos ver en la práctica el cumplimiento de esta gran verdad dicha por Dios: “así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada para aquello para que la envié”. (Isaías 55:11).
Rogamos que este material no sea modificado, ampliado o mutilado.
(Comentarios realizados en la reunión de pastores de Capital federal y Gran Buenos Aires – “Presbiterio Metropolitano” – 02/06/2005 – Ciudadela. Provincia de Buenos Aires).